Primer Paso
Buscar lo desconocido
Capítulo 01
Miré por la ventana ese día parecía ser aún más aburrido que los anteriores, y ahí me encontraba encerrado de nuevo en la biblioteca, esperando que alguien fuera a verme.
Mi larga espera se detuvo en un instante, tres toques cortos y uno largo, era la señal. Me acerqué al librero que servía de entrada a mi biblioteca personal y dejé pasar a una persona que miraba nerviosa alrededor.
-Te tardaste mucho noona – tenía que quejarme llevaba toda la mañana esperando.
-Disculpa pero casi nunca estás sin vigilancia – la chica dejó una canasta sobre el sillón. – Conseguí todo lo que me pediste, es peligroso que lances mensajes desde tu ventana, podrían descubrirte.
-Está bien, me fijé que solo estuvieses tu Micaella noona – empecé a sacar las cosas de la canasta, ahí estaba todo, ropa sencilla, más papel, plumas y tinta para seguir escribiendo, inclusive uno de mis pasteles favoritos.
-Lo conseguiste – alcé la voz con alegría y llevé el pastel hasta el escritorio donde me senté a observarlo. –Mi único amor ha vuelto a mi lado – la chica solo se rió y se sentó en el sillón tomando uno de los libros de la enorme pila que tenía en la mesa.
-¿Expediciones?
-Si, estoy algo interesado en eso ahora, dejaré los experimentos de laboratorio de lado y me dedicaré a eso.
-Me agrada oír que dejarás los experimentos no he podido controlar el salpullido de la última vez y aun me desmayo cuando escucho el cencerro de Clavela – la chica empezó a hojear el libro, y yo recordé esa sesión de hipnosis de la última vez, simplemente me empecé a atacar de risa.
-Tu pediste eso, yo te sugerí que actuaras como gallina – seguía riendo sin control – además te hubiese convenido. – Seguí riendo y me miró molesta.
-¿Y cómo piensas explorar? – Me detuve al ver mi realidad como odiaba esa realidad. – Te recuerdo que no puedes salir de esta área y mucho menos convivir con más personas.
-No tenías porque recordármelo – me sentí triste y luego volví a ver el pastelillo que estaba a medio comer en el escritorio – tu siempre sabes cómo hacerme sentir mejor – me comí la fresa, saboreando el dulce y fresco sabor – no sabes cómo te amo, tu nunca me impedirías salir.
-Se me pone la piel de gallina cuando hablas con ese pastel, necesito que me expliques tu plan, porque estoy segura que me harás participar en él, soy la única persona con quien hablas – ella tenía razón. En realidad no era la única persona con quien hablaba, pero si la única amiga que tenía por así decirlo. Mi vida ocurría detrás de esos muros repletos de libros y en la habitación que estaba anexa a ese despacho. Ese era todo mi mundo. Solo el mayordomo, mi institutriz y mi padre tenían permitido visitarme. Y Micaella un día mientras que buscaba libros para ilustrarse como mujer moderna que decía ser me había encontrado, desde entonces yo había empezado a entender mejor a las personas y de un ser frio y solitario me había vuelto un chico normal otra vez.
-Quiero explorar este valle – dije mirando por la ventana – descubrí que la gente tiene un sistema de creencias muy variado y existen diferentes zonas, si es posible me gustaría llegar hasta el bosque – la miré con mis ojos de cachorro, eso siempre la convencía.
-Pero estás enfermo, no hay forma de que puedas salir – su voz tenía lástima y tristeza en ella.
-No quiero pasar el resto de mi vida detrás de estos muros observando como todos viven en el momento – me puse de pie y miré por la ventana – no sabes cómo envidio a Leonora, a mi hermano, a Pancho, a Perengana, a Mr. Jinki inclusive a Clavela y eso que es una vaca.
-A Clavela lo entiendo, ella parece feliz cuando come pastos y sale al campo, pero no deberías tener envidia de Perengana, esa mujer no sabe lo que es vivir – se rió de su propio chiste. –Está bien – se puso de pie – te ayudaré.
-Gracias – me levanté emocionado y terminé el resto de mi pastel de golpe.
-Pero con una condición – me quedé estático por lo general no escuchaba sus condiciones cuando sacaba alguna idea de mis libros – tomate tu tiempo, si te sientes mal estás obligado a avisarme y no creas que iremos al bosque la primera vez que salgas, eso tomará su tiempo.
-Esa es más de una condición – mostré mi sonrisa – pero eso quiere decir que me ayudarás a salir varias veces – no podía sentirme más emocionado, saltaba de un lado al otro viendo la ropa y mirando por la ventana.
-Claro, este valle es muy grande no puedes verlo todo en un día – seguía demasiado contento, de verdad que había encontrado una buena amiga. – Ahora vete a cambiar si sales con el bombín, las polainas y el bastón todos sospecharán quien eres al instante aunque nadie te conozca.
– Como usted diga señora – imité a un militar y luego reí, caminé hasta la puerta que daba a mi cuarto y antes de cerrar la puerta me asomé – disculpa por lo del salpullido – sonreí y me metí rápido antes de oír su regaño. Adoraba fastidiar a mi noona, ella me había enseñado todo lo que debía de saber. No mi vieja y encorvada institutriz con nariz de buitre que solo me enseñaba temas religiosos y me repetía como debía prepararme para acabar en el purgatorio.
Cuando todo estuvo listo nos asomamos los dos por entre el librero cerciorándonos que no hubiese moros en la costa. *Frase resultante del periodo español donde tribus del medio oriente habitaban en el territorio. Los cristianos (de la forma en que se llamaban los habitantes de la península Iberica) lucharon varias batallas para expulsarlos de su territorio. Los navíos de los moros eran impresionantes y siempre se cercioraban que no llegaran refuerzos por la costa. Por eso se usa la frase “No hay moros en la costa”*
-¿Taemin? – La chica bajita con cabello hasta los hombros me despertó de mi trance, concordaba bien con los otros miembros del servicio su largo vestido azul marino con delantal. Me pasaba muy seguido me perdía en mis propios conocimientos, por muchos años mis libros fueron mis únicos amigos.
-Disculpa, pensaba en un plan de acción – mentí mientras los dos salimos al pasillo que tenía años sin pisar. La verdad era algo angosto, y los cuadros de las paredes en su mayoría eran paisajes de pintores famosos. Mi padre era todo un coleccionista empedernido.
-Primero te daré un recorrido por la mansión – avanzó al final del pasillo y abrió la puerta que daba a las estrechas escaleras de servicio. Bajando por el obscuro recinto abrimos una segunda puerta que dio a la cocina.
-Buenos días – saludó ella a las chicas que estaban ahí – todas le correspondieron alegremente.
-Micaella – alguien la llamó con voz de autoridad – ha desaparecido una de mis tartas especiales de fresa – la chica tragó saliva y yo me escondí detrás de ella – ¿Y bien que tal estuvo? – Me volteó a ver algo asustada.
-Exquisita, como un pedazo de cielo que se deshace en la boca – temí en ese momento, pero no podía ocultar la verdad. Nos lanzó una fuerte mirada que me hizo temblar al instante y sentí como a mi corazón se le dificultaba bombear la sangre.
-¡Perfecto! – Gritó alegre y el gran hombre con algo de barba nos cargó a los dos con un abrazo – ¡Cuando el amo vuelva a la casa serviré tartas de cielo! – Giraba mientras nos sostenía y Micaella reía contenta, supongo que su manera de expresarse era única, era cálido y paterno.
-Es un excelente cocinero – le dije contento en medio del peculiar abrazo.
-Me agradas muchacho – me bajó y movió la boina que tenía en mi cabeza era de color caqui como los pantalones que había conseguido Micaella – ¿Es tu pariente? – Preguntó a la chica que se quedó callada por un momento.
-Soy su primo – me apresuré a decir – puede llamarme Terrance – acerqué mi mano en señal de saludo. Había leído en libros de cortesía que así se debía de hacer, Micaella me miraba atónita.
-Mucho gusto pequeño, soy Fulanito – dijo abrazándome al instante y me cargó de nuevo – todo aquel que aprecie mis dones culinarios es bienvenido a mi cocina. – Me bajó – Tomén – sacó dos de mis amadas de la charola y me dio una a mí y otra a Micaella – coman bien, ambos están muy flacuchos y siempre que quieran más vengan a verme – afirmé contento, era como un sueño en mis manos tenía otro ángel de azúcar que me brindaría todo su amor.
Salimos de la cocina mientras yo seguía embelesado por la perfección de aquello a quien le daba todo mi corazón.
-No la sigas viendo de esa forma – Micaella habló cuando habíamos llegado al exterior de la mansión – es escalofriante.
-¿Lo escuchaste? Puedo ir cuando quiera – seguía más que emocionado, nunca pensé que el hombre que preparara mi comida fuera tan amable, sus platillos siempre lucían perfectos e implacables, siempre pensé que era un chef estirado y con cara de enojo. Ahora estoy seguro de algo, no debes de juzgar a las personas por su comida.
– Lo sé – me dijo con una sonrisa- pero ahora te preparas para el plato fuerte – giramos en la esquina de la mansión – Lee Taemin, bienvenido seas al Valle de Dresde – me señaló con su mano el amplio paisaje, mejor que las pinturas de la casa, más amplio con un cielo alto y cristalino, las pequeñas casas a lo largo del horizonte y lo mejor de todo el movimiento, había carretas, personas, animales. El viento hacía mecer la hierba y los árboles, era el lugar perfecto. Me encantaba respirarlo, sentirlo, cerrar los ojos y escucharlo. Nunca pensé que lo tendría tan presente.
-¿Ahora qué quieres ver? – Me quedé atónito no sabía a dónde ir primero, miré la casa más lejana en el horizonte, pero aun así no podía elegir.
-Quiero tocar a Clavela – ese era mi sueño desde que la había visto por la ventana cuando era niño ¿Qué se sentiría tocar una vaca?
-Bien en ese caso, vamos a los establos – no le pareció rara mi propuesta, pero eso me bastaba en el establo también había caballos y otros animales. Eso era demasiado emocionante, sentí una punzonada en el pecho – ¿Estás bien? Ella me vio con una mirada suplicante – me debía calmar, si no, lo arruinaría todo.
-Estoy bien – me tranquilicé. – Solo pensaba qué animal tocar primero.
-Eres raro Taemin, muy raro – me dijo ella mientras seguía caminando con dirección a la construcción de madera detrás de la blanca mansión con grandes ventanales, balcones y barandales.
Entré al establo nervioso detrás de ella, me parecía ilógico esconderme así porque ella era mucho más bajita que yo, aun así supongo que el temor es una reacción normal a lo desconocido. *Temor: moción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza* No tenía razones para sentirme amenazado, tal vez no era temor.
-Clavela ha de estar de aquel lado – señaló uno de los pasillos de la construcción de madera, no esperaba que tuviéramos tantos animales en ese lugar. – Los caballos están por aquí y las ovejas están en el granero del otro lado. – Señaló hacia otra puertita en uno de los lados del establo, era enorme, de verdad enorme, lleno de paja y algo obscuro, toda clase de olores inundaban el aire, algunos muy desagradables, otros más fáciles de soportar.
Un chico pasó con una cubeta de alfalfa y la colgó de un perchero oxidado en la pared.
-Buenos días Rogelio – mi acompañante se adelantó a decir.
-Micaella, es un gusto que vengas por acá – dijo acomodando paja – ¿O es que acaso deseabas verme? ¿Ya pensaste en lo que te pregunté?
-No te hagas ilusiones – la chica me jaló y me puso a su lado – vine a enseñarle el lugar – su forma de hablar era algo agresiva.
-No había visto a tu amiga – giré el cabeza, confundido y Micaella se atacó de risa al instante.
-No es una chica – pudo pronunciar entre las risas. El muchacho alto con cabello corto y rostro de maleante se acercó más a mí con los ojos abiertos.
-Lo siento – me dijo – está muy obscuro aquí y eres tan delgado, tu nariz es muy fina, tu cabello es algo largo y…
-Está bien así – me molesté, no quería que siguiera encontrando más similitudes con la apariencia de una chica. Ya sabía que mi cuerpo no era tan masculino, aunque el suyo se veía trabajado no era perfecto, se podía ver una barriga debajo de ese chaleco y camisa, no era un cuerpo perfecto como el del nuevo chico.
-Soy Rogelio – me prestó su mano y la tomé por cortesía – Terrance – recordé mi papel.
-Vamos Terrance – Micaella tomó mi mano – veamos primero a las vacas – me empezó a arrastrar lejos de ese lugar.
-Los acompaño, es la hora de comer del ganado – el chico comenzó a caminar junto a mi y me lanzaba miradas algo incómodas.
-¿Qué edad tienes? – Me preguntó en el camino.
-Dieciocho – contesté muy intrigado.
-Vaya aun eres muy pequeño.
-La edad no es importante – Micaella contestó aun más molesta. No entendía lo que estaba pasando.
-Pero un hombre debe cuidar y proteger a una dama, como podrá hacerlo si él es pequeño.
-Me parece que una dama puede protegerse a si misma y no quedarse en casa esperando a un simple borracho – el chico se quedó ahí y Micaella siguió avanzando.
-¡La cocina es el lugar de una mujer! – Fue lo último que gritó mientras nos alejábamos.
-Me desespera, como me desespera – dijo muy enojada – yo que lo saludo por cortesía y el que viene a fastidiarme con lo mismo.
-¿Por qué no le dices que te gusta alguien más? –Me seguía jalando y sujetando de la muñeca con fuerza.
-Por que no importa quién me guste a mí, si no lo que quiera él.
-Eso suena muy complicado – ella me soltó.
-Llegamos – abrió una puerta y una hilera de cajones con varios toros, vacas y becerros se presentó ante mí, era muchos animales. – Clavela está al fondo, la pobre ya está algo vieja – comenzó a caminar mientras yo quedaba anonadado por los animales que nos miraban y empezaban a hacer ruido – se comportan así porque ya es hora de que salgan – me dijo suponiendo mi curiosidad.
Llegamos al final de pasillo y ella jaló un mecate que abrió una puerta de madera, en el interior una gran vaca blanca con manchas marrones estaba echada sobre la paja masticando.
-Clavela, te presento a tu más grande admirador – mi noona me dio una sonrisa y luego me acercó al animal porque me había quedado petrificado viendo – Taemin esta es la señora Clavela – empezó a reír.
Ella se agachó y yo la imité tomo mi mano y la puso sobre el lomo del animal, de verdad era grande y su piel era tan cálida. No era muy suave, si no que era aspera pero si seguías la línea de pelaje encontrabas algo suave, se movía, se sentía su respiración. La vaca se giró y me vio de forma despreocupada se giró y continuó masticando, comencé a reír mientras seguía acariciando.
-Eres todo un niño pequeño – Micaella se puso de pie. Yo avancé de cuchillas hasta la cabeza del animal para seguir acariciando.
-Creo que lo soy – estaba tan contento de poder tocar al animal y que me viera con esa curiosidad. Escuché unas puertas abrirse y el despreocupado animal se empezó a levantar.
-Parece que Pancho ya va a sacarlas – Micaella se asomó.
-Vamos Clavela, no seas tan floja – el habló y luego nos miró. – Parece que tienes visitas – el hombre de unos treinta años con un bigote arreglado y de sombrero sonrió – Creí que no te acercabas a las vacas Micaella.
-Mi amigo quería verlas – me señaló y yo me levanté y extendí mi mano.
-Terrance, mucho gusto – el me dio un fuerte y cálido apretón.
-¿Viniste a ver a la reina del establo? – Preguntó con una sonrisa, había muchas personas agradables en ese lugar, solo uno me había fastidiado hasta ahora, pero Pancho parecía ser un buen hombre. – Soy pancho, su sirviente personal – otra cálida sonrisa acompañó la frase. – A ver a tus seguidores Clave – la vaca empezó a salir lentamente, luego la seguimos para ver como todas las vacas, toros y becerros se movían tras de ella. – Toda una reina – nos miró gracioso y luego caminó al exterior.
-Es asombroso – los grandes animales me rodeaban.
-Haz de ser citadino – me miró confuso – para mí es el pan de todos los días. – Los animales seguían avanzando mientras yo los veía sin parar, era una sensación asombrosa, la emoción me hizo sentir otra pequeña punzonada en el pecho, pero decidí ignorarla. Los cencerros comenzaron a sonar.
-¡Micaella! – Alguien gritó y volteé a ver como Pancho empezaba a acomodar a la chica que había caído al suelo, luego salía Rogelio del establo y también ayudaba. Leonora no tardó en aparecer y tras de ella más chicas, yo también estaba ahí ayudando hasta que Mr. Jinki se asomó y parecía que se aproximaba al lugar, me tuve que alejar al instante, era la única persona que me podría reconocer. Utilizando la conmoción me moví hacía atrás del establo. Y empecé a alejarme intentando no hacer mucho ruido así llegué hasta uno de los jardines de la mansión coloreado por todo tipo de flores y fragancias, decidí caminar por ahí un rato hasta que pasara la conmoción y luego buscaría a Micaella.
Estaba intentando identificar todas las flores del lugar, su especie, genero y familia cuando vi a nuestro nuevo sirviente, Minho. Ahora traía el uniforme de la casa, parecía que también trabajaba en el interior, pasó por el jardín y vi que tomó una rosa rosa, vaya que redundante. * Los rosales son un conocido género de arbustos espinosos pertenecientes a la familia de las rosáceas, además de su uso ornamental también se usa de aceite esencial (perfumería y cosmética), usos medicinales (fitoterapia) y gastronómicos.* Y luego siguió caminando al suroeste. Lo seguí con la mirada para luego avanzar detrás de él, era bastante rápido pero aun así quería averiguar sobre su comportamiento él era mi única conexión con el bosque, debía conocerlo si deseaba ir algún día al lugar de las brujas.
Así caminó hasta las casas y habitaciones de los sirvientes de tiempo completo de la mansión. Para mi sorpresa se metió en una de las más grandes, miré confundido la casa de madera con chimenea.
-Esta es la casa del mayordomo – miré de un lado al otro y giré para asomarme por la ventana – estaba parado en medio de la habitación poniendo la flor sobre la mesa. Todo era muy raro, me quedé observándolo un rato mientras él estaba parado viendo la rosa. Su rostro era igual de perfecto como cuando lo había visto hace unos días, y su cabello ahora que no estaba invadido por el sudor se veía bastante suave. La puerta no tardó en abrirse y entró Mr. Jinki al lugar y se asombró al ver a Minho ahí.
-Te estaba esperando – el más alto dijo mientras el otro solo respondía con una sonrisa y se empezaba a quitar el saco – ¿Fue un día pesado? – Jinki pasó junto a él y se sentó en una silla frente a la mesa, luego miró la rosa.
-Un poco, me preocupa una de las chicas, siempre se desmaya cuando está cerca del establo o de las vacas – se empezó a desabrochar los primeros botones de la camisa.
-¿Una chica? – Sus pasos lo dirijieron frente a Jinki.
-Sí, creo que ya debes conocerla, se llama Micaella – Jinki parecía tranquilo.
-Una muchacha simpática – el chico lanzó una pícara sonrisa y luego se sentó sobre las piernas de mi mayordomo. Me quedé petrificado en la ventana, algo me decía que no debía seguir viendo, pero nada me lo impedía. –Espero que solo la veas como una muchacha simpática – los brazos del moreno rodearon el cuello del castaño que lanzó otra sonrisa. Luego pasó algo que nunca hubiese imaginado, ambos se comenzaron a probar, la presión de ambos labios seguía un ritmo que se marcaba por las respiraciones de ambos sujetos que se iban acelerando. Los brazos de mi mayordomo rodearon la cintura del chico y este se pegó más a él aun sobre sus piernas sobre la silla que se mecía y parecía que estaba por romperse.
Una punzonada en mi corazón me hizo agacharme y tirar una de las macetas al borde de la ventana. Traté de respirar, pero la emoción era demasiado intensa. Escuché voces.
-Creo que hay alguien afuera – la voz de Jinki me hizo intentar pararme.
-No te detengas – la otra voz sonaba incitante, como si también me lo dijera a mí – me parece más sensual si nos están observando – me levanté con ayuda de la pared y solo vi de reojo como el chico ya le estaba quitando la camisa a Jinki, mientras el otro subía la suya. Seguían besándose, pero yo no me podía quedar más tiempo, aunque moría de curiosidad, esa curiosidad podría matarme como a un gato. *Originalmente se decía el cuidado mató al gato, preocuparse demasiado era malo para la salud y los gatos eran vistos como cautos y cuidadosos, proviene del siglo XVI en Inglaterra, con el paso del tiempo se cambió por la curiosidad, es fácil que una persona metiche muera por su indiscreción.* Mis pensamientos me ayudaron a que el dolor se calmara y de la nada Micaella me encontró en el jardín de rosas.
-¿Dónde estabas? – Preguntó asustada y yo solo la volteé a ver aletargado – Vámonos ya, Perengana ya viene de regreso, dieron la noticia de que automóvil se había descompuesto en el camino, agradece por eso, si no te hubiesen atrapado – afirmé y ella me jaló para que entráramos a la casa. Simplemente no supe como llegué a mi habitación pero no podía sacar esa imagen de mi mente.